LA ESTATUA DESENTERRADA
Tú te viste en el amanecer de junio,
en una banca de madera junto a la estatua de Vallejo,
tus pulmones eran bolsas de alcohol,
y la mañana te dijo hijo por qué no vuelves a casa.
Tus ojos en la pista, te viste con el corazón
abrigado en el frío.
Tú mirabas y tu pensamiento era una mujer
caminando a la calle más oscura,
tú sentías y aquello era tu mirar y tu pensar.
Solías caminar ciertas calles, lugares donde no se piensa;
pensar era una flor, pensar era el amor, pensar era una calle.
La señal de que la noche había terminado era una paloma
en la cabeza de Vallejo.
Eras todavía el fauno que se enfrentó a la noche,
con la misma noche que mataba siempre a los poetas,
como por venganza.
Estabas demasiado lejos de tus sueños,
sueños que no alcanzaron a cruzar el río.
Tu lágrima era caminar ebrio y luego no recordar nada.
Tu miedo era la tranquila noche en un paradero
hablándole a Dios que no existe.
Tu mar era el mar donde querías que vaya todo,
para que así la poesía sea posible y no una cosa
separada del mundo.