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Posts Tagged ‘poemas’

Ese otro que también me habita,
acaso propietario, invasor quizás o exiliado en este cuerpo
ajeno o de ambos,
ese otro a quien temo e ignoro, felino o ángel,
ese otro que está solo siempre que estoy solo, ave o demonio,
esa sombra de piedra que ha crecido en mí adentro y en mí afuera,
eco o palabra, esa voz que responde cuando me preguntan algo,
el dueño de mi embrollo, el pesimista y el melancólico
y el inmotivadamente alegre,
ese otro,
también te ama.

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Se ha cortado la piel con tijeras de cabello
ha armado con sus dientes caídos un collar
sus uñas han marcado en su pared
una súplica: Dios
Trenzando sus tres pelos más largos
ha ido hacia el espejo
y levantando el rostro
con labios rojos desteñidos
ha dicho: Yo me muero
Lo ha dicho, lo ha decidido
¡Yo me muero! ¡yo me muero!
Súplica, súplica
al señor Dios si algún día voltea
la mira
y se muere.

 

MPG.

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LA ESTATUA DESENTERRADA

Tú te viste en el amanecer de junio,
en una banca de madera junto a la estatua de Vallejo,
tus pulmones eran bolsas de alcohol,
y la mañana te dijo hijo por qué no vuelves a casa.
Tus ojos en la pista, te viste con el corazón
abrigado en el frío.
Tú mirabas y tu pensamiento era una mujer
caminando a la calle más oscura,
tú sentías y aquello era tu mirar y tu pensar.
Solías caminar ciertas calles, lugares donde no se piensa;
pensar era una flor, pensar era el amor, pensar era una calle.
La señal de que la noche había terminado era una paloma
en la cabeza de Vallejo.
Eras todavía el fauno que se enfrentó a la noche,
con la misma noche que mataba siempre a los poetas,
como por venganza.
Estabas demasiado lejos de tus sueños,
sueños que no alcanzaron a cruzar el río.
Tu lágrima era caminar ebrio y luego no recordar nada.
Tu miedo era la tranquila noche en un paradero
hablándole a Dios que no existe.
Tu mar era el mar donde querías que vaya todo,
para que así la poesía sea posible y no una cosa
separada del mundo.

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De César Vallejo

SOLÍA ESCRIBIR CON SU DEDO GRANDE EN EL AIRE…

Solía escribir con su dedo grande en el aire:
«¡Viban los compañeros! Pedro Rojas»,
de Miranda de Ebro, padre y hombre,
marido y hombre, ferroviario y hombre,
padre y más hombre. Pedro y sus dos muertes.
Papel de viento, lo han matado: ¡pasa!
Pluma de carne, lo han matado: ¡pasa!
¡Abisa a todos compañeros pronto!
Palo en el que han colgado su madero,
lo han matado;
¡lo han matado al pie de su dedo grande!
¡Han matado, a la vez, a Pedro, a Rojas!
¡Viban los compañeros
a la cabecera de su aire escrito!
¡Viban con esta b del buitre en las entrañas
de Pedro
y de Rojas, del héroe y del mártir!
Registrándole, muerto, sorprendiéronle
en su cuerpo un gran cuerpo, para
el alma del mundo,
y en la chaqueta una cuchara muerta.
Pedro también solía comer
entre las criaturas de su carne, asear, pintar
la mesa y vivir dulcemente
en representación de todo el mundo.
Y esta cuchara anduvo en su chaqueta,
despierto o bien cuando dormía, siempre,
cuchara muerta viva, ella y sus símbolos.
¡Abisa a todos compañeros pronto!
¡Viban los compañeros al pie de esta cuchara para siempre!
Lo han matado, obligándole a morir
a Pedro, a Rojas, al obrero, al hombre, a aquel
que nació muy niñín, mirando al cielo,
y que luego creció, se puso rojo
y luchó con sus células, sus nos, sus todavías, sus hambres, sus pedazos.
Lo han matado suavemente
entre el cabello de su mujer, la Juana Vázquez,
a la hora del fuego, al año del balazo
y cuando andaba cerca ya de todo.
Pedro Rojas, así, después de muerto
se levantó, besó su catafalco ensangrentado,
lloró por España
y volvió a escribir con el dedo en el aire:
«¡Viban los compañeros! Pedro Rojas».
Su cadáver estaba lleno de mundo.

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