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Posts Tagged ‘pongo’

Podríamos decir que a Pongo le gusta la Navidad, pero no sería lo correcto. También, como conclusión a nuestra primera premisa, podríamos creer que a Pongo le disgusta la Navidad, pero sería apresurado e inexacto.

La primera relación que pudimos observar, entre Pongo y la Navidad, fue hace como 10 años. Pongo empezaba a ver cómo en un determinado mes del año, paquetes envueltos en bolsas negras, pasaban y pasaban. Algunos de ellos pesaban más de lo habitual, y las personas se retorcían al levantarlos del suelo.

Vania, la pequeña con la que mayor relación tenía Pongo, entusiasmada e inocente, pensó que en ese mes del año, a Pongo también le tocaría regalo, lo pensó y reflexionó sobre los derechos de los animales, pero el restaurante de la barbie la despejó de sus pensamientos axiológicos precoces.

(continuará…)

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Pedro me ha escrito de una manera tan moderna que me ha dejado tonta. Lo peor es que siempre anda llegando con sus artículos y nunca me ha dejado que lea uno de sus poemas. Ah… tengo que aclarar, Pedro no es el mismo Pedro del que escribía abajo. La vocal del primer apellido hace que se diferencie tanto y que lo mejore tanto también, que ando ansiosa de un Pedro I. Pedro E. estaba escuchando mis razones por las que andaba despeinada y mal arreglada por el edificio, le decía que era un tema canino, me preguntó entonces por el nombre de mi perro, y bastó que le diga que se llama «Pongo» para que relacione inmediatamente esta conversación, como todas las otras, con la literatura, la pintura, la música, no sé… con todo lo que tenga que ver con su sección en el diario.

«Se lo pusiste arguedianamente» me dice, y le digo bruscamente: «Ay Pedro, se lo puse por la peli de los dálmatas». Se ríe y se tapa la cara, debe pensar: qué es lo que tengo enfrente! En fin, que se ríe otra vez y me empieza a contar la historia del libro de Arguedas, del Pongo tan parecido al mío, tan personificado.. creo que es justo ahí cuando empiezo a llorar.

Voy a dar la espalda un poco a todo lo fácil… lo fácil es dormir, andar, llorar, echar de menos, lo fácil es no postear, recordar. Voy a darle la espalda y voy a dejar que entre ese aire que quiere entrar por el agujero de mi ventana que he tapado con un pedacito de cortina. Le doy la espalda a todo lo fácil y me voy por lo difícil. Lo difícil es aceptar que ese frio hace bien, congelarse un poco por dentro, está bien.

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Es 17 de junio de 2008, Pongo tiene ya 11 años.  Dudo que sea el perro más felíz del mundo, dudo que sea feliz, dudo que vuelva a ver, pero no importa, Pongo tiene 11 años y yo soy feliz de tenerlo todos mis días, de que me mueva la cola, de que me huela, de que escuche «comida» y se emocione.

Mañana tenemos una cita con el oftalmólogo, ojalá su ceguera pueda ser recordada sólo como un «entrenamiento obligatorio del olfato y demás sentidos».

Todo va a estar bien, te adoro Pongo.

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No sé, es probable que me merezca que le hable y que no me quiera oir, que le toque y haga el que no me siente, que encienda la luz, la apague y no tenga ni idea de lo que hago. Entonces le grito su nombre apenas llego y es como si me dijera «aquí no pasa nada».

Me siento entonces cada noche, a buscarle un tema de conversación, a pensar en qué es lo que le puede estar doliendo, a mirar sus ojos, a mirarlo de lejos de cerca, a mover mis dos dedos tontos y preguntarle «ahí qué ves» yo sé, él no quiere que lo molesten, pero yo no quiero decirle adiós.

Pongo, mira aquí, aquí – hago sonar mis llaves para ver si despierto interés en èl, pero nada- Ponguito, perdóname. Yo sé que no me puede oir ni ver, sé que me huele, quizás este sufriendo pero no me siento capaz de decidir su vida. Odio mis días libres, el poco dinero que tengo, las horas que duermo, las que escribo, las que leo, odio todo si al final no puedo ayudar a este ser que quiero, que me pertenece.

Hoy cuando llegué y lo encontré fuera de su casita, lo saludé en voz tan alta que estaba segura me tenía que oir y se emocionó, movió su rabo y yo le seguía hablando, me puse a pensar que quizás recuerda cómo soy, la cara que tengo, mis manos, la cantidad de muecas que le hago para que me siga prestando atención.

Yo si me quedara ciega creo que entre las mejores imágenes que guardaría en mi memoria sería a Pongo mostrando la puntita de su lengua, con el hocico cerrado, o a Pongo en el concurso de mejores mascotas del distrito,  a Pongo cuando me lamía la mano, cuando lo encontraba durmiendo en mi cama. Creo que sobre todo a Pongo cuando tiene miedo de un perro más grande y retrocede lentamente como quien sabe lo que puede y lo que no. Y entre todas esas imágenes al Pongo de ahora, de doce años por cumplir, que no me deja dormir porque me ha mirado, y me ha dicho con esos ojos bien abiertos: «no puedo ver nada».

 

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